Manuel de la Cruz Vázquez - La Feria de Madrid en la Plaza de la Cebada - 1770-80 (El Prado, Madrid) |
Pintura
Inspirándose en los sainetes de su tío, el escritor don Ramón de la Cruz, el artista realizó una serie de escenas callejeras, entre ellas ésta. Se trata de una composición en la que de la Cruz caracteriza con acierto el ambiente bullicioso del pueblo, sus vendedores, mercaderes y paseantes. Tras la fuente de la Abundancia se observa la iglesia de Santa María de Gracia y, al fondo, la Colegiata de San Isidro. La plaza de la Cebada es un espacio urbano castizo y popular del La Latina de la ciudad de Madrid (España), en el que se encuentra el renovado Mercado de la Cebada, de la calle de Toledo. La etimología del nombre de la plaza se debe a la calle cercana homónima en la que se separaba la cebada cribando la destinada al forraje de los caballos del rey y de la que se aprovisionaba a los regimientos de caballería. El 19 de junio de 1622 se la acondicionó como un jardín público con motivo de las celebraciones de San Isidro. En la plaza se celebraron durante el siglo XVIII las denominadas Ferias de Madrid.
Música
Las pretensiones de los autores de Agua, azucarillos y aguardiente, pasillo veraniego en un acto (género chico) con libreto de Miguel Ramos Carrión y la música de Federico Chueca, estrenado en el Teatro Apolo de Madrid el 23 de junio de 1897, eran modestas, de ahí la denominación de “pasillo veraniego” pero obtuvo un éxito de los más memorables de la historia del género. Pese a que fue concebida como una obra para ese verano, para estar en cartel sólo unas semanas, alcanzó las doscientas representaciones seguidas. Desde entonces ha formado parte de la trilogía del madrileñismo junto a La verbena de la Paloma y La Revoltosa.
Un grupo de barquilleros revelan sus eróticos secretos comerciales de forma ágil, con clara dicción y en voz alta, si bien haciendo pantalla con la mano, pues sólo están destinados al oído del público. El ingenio con que estos mozos proveen de sus productos a la clientela femenina, no consiste sólo en lograr una activa venta de dulces, es a la vez un ingenio de la farsa local. Pues las que se acercan tan atrevidas a las golosas señoritas con su canto son voces femeninas que brotan de un grupo de roles masculinos colectivos con la desfachatez de los muchachos de calle.
Federico Chueca - Coro de barquilleros - Agua, azucarillos y aguardiente
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