Rogier van der Weyden - Descendimiento de la cruz - 1434-40 (El Prado, Madrid) |
Pintura
En este óleo de van der Weyden, todavía con la corona de espinas, Cristo muestra un cuerpo bello, pero no atlético, y no se aprecian en él las huellas de la flagelación: como en otros casos, la fidelidad anatómica se sacrifica a la elegancia de las formas. Tiene los ojos en blanco, y muy levemente abierto el derecho, justo para que se vea el globo como una diminuta mancha clara. De la herida que tiene en el costado mana sangre, que se está coagulando, y también agua como se dice en Juan, 19, 34. El paño de pureza -que es uno de los velos de la Virgen- es tan transparente que se ve con claridad la sangre que fluye por debajo y que sin embargo no llega a mancharlo. Bajan el cuerpo de la cruz tres hombres. El de más edad es probablemente Nicodemo, fariseo y jefe judío (Juan, 3, 1-21; 7, 50). El más joven, que parece un criado, tiene los dos clavos -sanguinolentos y de espeluznante longitud- que han quitado de las manos de Cristo y ha logrado que la sangre no manche sus ropas: un pañuelo blanco, unas medias también blancas y una casaca de damasco azul claro. La figura que viste de dorado es probablemente José de Arimatea, el hombre rico que consiguió que le entregasen el cuerpo de Cristo y lo enterró en un sepulcro nuevo que reservaba para sí (Mateo, 27, 57-60) El hombre barbado y vestido de verde que está detrás de José de Arimatea es probablemente otro criado. El tarro que sostiene puede ser el atributo de la Magdalena, con lo que contendría el perfume de nardo, auténtico y costoso con que ella ungió los pies de Jesús (Juan, 12, 3). A la izquierda, la Virgen se ha desvanecido y ha caído al suelo en una postura que repite la del cuerpo muerto de Cristo. Sufriendo con él, está viviendo su Compassio. Tiene los ojos en blanco, entrecerrados. Las lágrimas resbalan por su rostro, y junto a la barbilla una de ellas está a punto de gotear. La sujeta san Juan Evangelista, ayudado por una mujer vestida de verde que es probablemente María Salomé, hermanastra de la Virgen y madre de Juan. Y la mujer que está situada detrás del santo puede ser María Cleofás, la otra hermanastra de la Virgen.
Música
Un réquiem alemán (cuyo título original en alemán es Ein deutsches requiem) es una composición para soprano, barítono, coro y orquesta de Johannes Brahms. Catalogada como su opus 45, se trata de una meditación sobre la vida y la muerte a partir de textos bíblicos. Se estrenó de forma parcial en la Catedral de Bremen el 10 de abril de 1868, día de viernes santo, y de forma completa en 1869 en la Gewandhaus de Leipzig.
El 1 de diciembre de 1867 se programa en Viena un concierto en memoria de Schubert, ocasión que se aprovecha para la presentación de los tres primeros movimientos de Un réquiem alemán. Se cuenta como anécdota que el encargado de la percusión, supuestamente vendido a Wagner, enemigo de Brahms, reventó la obra a timbalazos extemporáneos. Por esta u otra razón, el anticipo de estreno no tuvo éxito. Escuchando esta música no se puede olvidar la faceta de Brahms como director de coros. Así se puede entender mejor el increíble tratamiento técnico y la delicadeza con la que realiza el trazado de la dinámica en esta obra. Por otro lado, lo que se escucha en esta música no es tanto un canto fúnebre religioso, cercano a un determinado credo, como un canto mucho más humano lleno de paz y de esperanza. El mismo compositor escribió que el término “humano” podía muy bien
sustituir al “alemán” en el título de su obra.
Johannes Brahms - Primer movimiento - Un requiem alemán op 45
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