Miguel Ángel Buonarroti - El juicio final - 1536-41 (Capilla Sixtina, Vaticano) |
Pintura
La grandiosa composición realizada por Miguel Ángel se concentra en torno a la figura dominante del Cristo, representado en el instante que precede a la emisión del veredicto del Juicio (Mateo 25,31-46). Su gesto, imperioso y sereno, parece al mismo tiempo llamar la atención y calmar la agitación circundante: esto pone en marcha un amplio y lento movimiento rotatorio en el que se ven involucradas todas las figuras. Quedan fuera de éste los dos lunetos de arriba, con grupos de ángeles que llevan en vuelo los símbolos de la Pasión (a la izquierda, la Cruz, los dados y la corona de espinas; a la derecha, la columna de la Flagelación, la escalera y la lanza con la esponja empapada en vinagre). Al lado de Cristo se halla la Virgen, que tuerce la cabeza en un gesto de resignación: en efecto, ella ya no puede intervenir en la decisión, sino sólo esperar el resultado del Juicio. Incluso los Santos y los Elegidos, colocados alrededor de las dos figuras de la Madre y del Hijo, esperan con ansiedad el veredicto. Algunos de ellos se pueden reconocer con facilidad: San Pedro con las dos llaves, San Lorenzo con la parrilla, San Bartolomé con su propia piel en la que se suele identificar el autorretrato de Miguel Ángel, Santa Catalina de Alejandría con la rueda dentada, San Sebastián de rodillas con las flechas en la mano. En la franja de abajo, en el centro, los ángeles del Apocalipsis despiertan a los muertos al son de sus largas trompetas; a la izquierda, los resucitados que suben hacia el cielo recomponen sus cuerpos (Resurrección de la carne); a la derecha, ángeles y demonios compiten para precipitar a los condenados en el infierno. Por último, abajo, Caronte a golpes de remo, junto con los demonios, hace bajar a los condenados de su barca para conducirlos ante el juez infernal Minos, con el cuerpo envuelto por los anillos de la serpiente. La zona superior de la composición, más de la mitad de la pared, está ocupada por el mundo celestial presidido por Cristo como juez en el centro de la escena, inicialmente desnudo y en una postura escorzada, levantando el brazo derecho en señal de impartir justicia y cierto temor a los resucitados. A su lado, la Virgen María, rodeadas ambas figuras por un conjunto de santos, apóstoles y patriarcas que constituyen el primer grupo circular. A ambos lados de este grupo central diferentes mártires, vírgenes, bienaventurados y Confesores de la Iglesia forman una segunda corona. En los lunetos superiores aparecen dos grupos de ángeles que portan los símbolos de la Pasión: la corona de espinas, la cruz y la columna, ofreciendo las más variadas posturas y reforzando la sensación general de movimiento. Buonarroti quiso representar de esta manera la salvación de la Humanidad a través de la llegada de Cristo en la parte más elevada de la pared. A los pies de Cristo se sitúan dos santos que ocupan un lugar privilegiado: San Lorenzo, que porta la parrilla de su martirio, y San Bartolomé, con una piel que alude a su muerte, apreciándose en su rostro un autorretrato del pintor. En la zona intermedia podemos encontrar tres grupos; en la izquierda, los juzgados que ascienden al Cielo mientras que en la parte contraria se ubican los condenados que caen al Infierno, ocupando los ángeles trompeteros el centro para despertar a los muertos de la zona inferior que se desarrolla en el espacio izquierdo de este último tramo. En la zona inferior derecha hallamos el traslado de los muertos en la barca de Caronte ante el juez infernal Minos -la figura de la esquina con serpientes enrolladas alrededor de su cuerpo- y la boca de Leviatán. La escena se desarrolla sin ninguna referencia arquitectónica ni elemento de referencia, emergiendo las figuras de un azulado cielo donde flotan con una energía y seguridad difícilmente igualables.
Música
La Misa de Réquiem de Verdi se ofreció a la ciudad de Milán representándose en el primer aniversario de la muerte del poeta Manzoni el 22 de mayo de 1874, en la Iglesia de San Marcos de Milán. El éxito fue enorme y la fama de la composición superó las fronteras nacionales.
Verdi veneraba a Alessandro Manzoni -el poeta del Risorgimento, que había profetizado "no seremos libres si no somos uno"- como a un artista sublime y un santo laico. Y, a la muerte de su héroe, ocurrida en mayo de 1873 a los 89 años, Verdi, que aún disfrutaba del triunfo de Aída, se apresuró a manifestar: "Ahora todo terminó y con él muere una de nuestras glorias más grandes, puras y sagradas". El compositor, demasiado apesadumbrado, no asistió a los funerales pero una semana después dejó su refugio de Sant'Agata para honrar la tumba de Manzoni en Milán. Las grandes figuras de los años de lucha habían ido desapareciendo una tras otra: el conde Cavour, Rossini, Massini, Manzoni, el Papa Pío IX y Temistocle Solera. A Verdi se le ha acrecentado su escepticismo y reconoce su creciente soledad. Fue el alcalde de Milán el que le sugirió la composición de una Messa da Requiem para ser ejecutada en el primer aniversario de la muerte de Manzoni, lo cual supuso una oportunidad para hacer realidad el viejo proyecto de componer, esta vez toda una misa.
Giuseppe Verdi - Dies irae - Misa de Requiem
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