Giovanni Bellini - Pieta - 1505 (Gallerie dell'Accademia, Venecia) |
Pintura
En primer plano, el drama intenso es el duelo de María sobre el cuerpo de su hijo muerto, que sostiene sobre sus rodillas mientras está sentada en un pequeño promontorio rocoso. Bellini pintó a María inclinada sobre el cuerpo de su hijo, cuyo peso parece doblarla de fatiga y dolor que, a pesar de sus esfuerzos, escapan de ella. La cara con signos de vejez parece estar consumida y agotada por el sufrimiento. Además de un césped simbólico que aísla las figuras principales, abre un vasto paisaje, inundado con luz dorada, que parece fusionarse con las figuras del primer plano. Una serie de edificios vicentinos (el Duomo, la Torre, la Basílica Palladiana), además del campanario de Sant'Apollinare en Rávena y el puente sobre el Natisone en Cividale, son reconocidos más allá de una tierra desolada con un ficus simbólico.
Música
La Misa de Réquiem en re menor, K. 626 de Wolfgang Amadeus Mozart está basada en los textos latinos para el acto litúrgico católico ofrecido en las defunciones. Se trata de la decimonovena y última misa escrita por Mozart, quien murió antes de terminarla, en 1791. No obstante logró poner por escrito gran parte de una obra bastante larga, amén de dejar esbozados los apuntes que permitirían a su discípulo Süssmayr añadir la orquestación o las partes vocales con cierta facilidad. Con eso y con todo, dejó algunas lagunas, especialmente en la segunda parte de la obra: la Lacrimosa (Día de Lágrimas Aquel) se trunca al cabo de unos compases, y da la impresión de que el compositor no llegó a retocar los tres movimientos finales. El estreno de la obra completa se produjo en Viena el 2 de enero de 1793 en un concierto en beneficio de la viuda del músico austríaco, Constanze Weber.
El conde Walsegg, compañero de la francmasonería y conocido de Mozart, había comenzado a amasar una obra musical formidable al encargar obras a distintos compositores, siempre en secreto, y copiarlas después para interpretarlas como si fueran propias en sus conciertos privados. El encargo que hizo a Mozart fue de lejos el más sustancial que Walsegg había “compuesto” jamás; su mujer había fallecido ese mismo año, y deseaba ofrecer una misa de réquiem en su memoria. Mozart tan sólo fue el más distinguido de todos los “negros” que contrató Walsegg. No hubo, por tanto, nada de sobrenatural en el encargo, nada fantasmagórico ni portentoso, sino que sólo fue resultado de la sórdida mala fe de un mero aficionado, bien que acaudalado y jactancioso.
Wolfgang Amadeus Mozart - Lacrimosa dies illa - Misa de Réquiem en re menor, K. 626